A los tiros contra la fumigación

Un productor ganadero de Urdinarrain frenó una fumigación cerca de su casa. Otra vecina del lugar dice que ya no crecen las verduras en su huerta. Según el Conicet, el nivel de glifosato allí es uno de los más altos del mundo.

A mediados de este año, una investigación publicada por la revista especializada Environmental Pollution y realizada por científicos del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) reveló que la concentración de glifosato en Urdinarrain, localidad ubicada a 50 kilómetros de Gualeguaychú, se encuentra entre las más altas a nivel mundial.

Alesio Domínguez tiene 37 años y es productor ganadero. Hace seis años se radicó en Urdinarrain. “Cuando me instalé tenía una hilera de árboles de duraznos y paraísos en mi casa, pero al tiempo una empresa arrendó el campo de al lado y empezaron a fumigar con los ‘mosquitos’ (máquinas usadas en el riego). Los árboles se me morían, la chancha me malparía, encontraba gallinas muertas, siempre pasaba algo”, dice.

Alesio habló con los vecinos y les advirtió que debían dejar de fumigar tan cerca del alambre divisorio. Ante la indiferencia a su reclamo, debió probar con otro argumento. “Sentía el olor a veneno en la boca, en el mate. Así que cargué el fusil que uso para cazar y, cuando el mosquito se acercó, salté el alambre y encañoné al dueño. Le dije: “Ustedes me fumigan como si fueran los amos de todo, porque son gente de mucha plata y están acostumbrados a pasar a la gente por arriba, pero si yo los tengo que cagar a balazos para que no envenenen a mis gurises, lo voy a hacer. Tengo balas para todos””, cuenta.

Alesio dice que le da bronca quedar como “el loco de la película”, pero sabe que “esto se tiene que terminar, porque ya murieron muchos gurises”.

“Tenemos que encerrarnos porque no se soporta”

Nélida regentea un bar en las afueras del casco del pueblo, que es un lugar de encuentro para los vecinos de “Urdi”. Pero desde hace un tiempo perdió la alegría por culpa de los campos que la rodean: “Cuando recién vinimos -indica- teníamos una huerta y comíamos de eso, hasta que llegó un momento en que plantábamos y no salía nada. Cuando fumigan tenemos que encerrarnos adentro porque no se soporta. Es un olor horrible, a mí me agarra dolor de cabeza, tenemos que salir a pedirles que paren porque no se puede respirar”, asegura la vecina.

Foto: Alesio Domínguez
Crédito: Tiempo Argentino
Fuente: Tiempo Argentino

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