Cómo son los nuevos dispositivos de dominación en el marco de las democracias formales.
por Nora Merlín
La democracia se fundamenta en un contrato en el que los ciudadanos transfieren el poder a sus representantes, comprometiéndose a la obediencia a cambio de protección. La administración de la culpa es la estrategia de disciplinamiento que utiliza la democracia en el caso de Estados protectores: los representados saben que la desobediencia trae como consecuencia el peso de la ley. En las democracias neoliberales, caracterizadas por el debilitamiento de los Estados protectores y de los mecanismos de amparo social, se produce un incumplimiento de la función de protección, perdiendo el ciudadano sus derechos, a pesar de lo cual la obediencia continúa como un deber que se castiga con el terror. Los estados neoliberales cambian su rol, dejan de ser protectores para convertirse en policías mediante la aplicación del terror y del miedo como modo de disciplinamiento social.
Terrorismo de Estado refiere no solamente al uso de las armas convencionales, sino a toda clase de violencia ejercida por el Estado y sus gobernantes que no esté limitada por el marco legal o institucional: represión, censura, persecución política, operaciones de inteligencia, etc., para dominar a la población. Se trata de un abuso de poder por parte del Estado, en el que los ciudadanos son secuestrados, torturados, asesinados, encarcelados sin juicio previo y sin las garantías del debido proceso jurídico.
Arendt, en su libro Sobre la Violencia, sostiene que poder y violencia se excluyen, donde uno domina absolutamente falta el otro. Concibe a la política como el poder que actúa concertadamente en la acción de los seres humanos, donde hay comunidad política hay poder, y no necesita justificación sino legitimidad. Por el contrario, la violencia puede ser justificable pero nunca será legítima.
El neoliberalismo no es posible sin reprimir lo político y las construcciones populares. El neoliberalismo no es posible sin totalitarismo y sin terrorismo de Estado, que se presenta con nuevo ropaje ¿Cuál es la novedad de esta época? El poder ya no utiliza el modo explícito de dominación a través de los golpes de Estado realizados por las FFAA, tal como sucedió en los 70 con el Plan Cóndor en toda la región. El neoliberalismo, un totalitarismo caracterizado por la concentración del poder económico, mediático, militar y judicial, logró imponerse en contra de las experiencias populistas latinoamericanas surgidas en el siglo XXI. Triunfó en elecciones nacionales colonizando la subjetividad, o destituyendo gobiernos democráticos mediante golpes institucionales realizados a través de operaciones mediáticas y del Lawfare del partido judicial, que constituyen formas de violencia de carácter ubicuo y “civilizado” que pasan desapercibidas. Una “mano invisible” fue avanzando en casi toda la región, mediante oscuras acciones que algunos denominan guerras de cuarta generación, cuyas armas son más eficaces que las de las guerras convencionales.
El neoliberalismo ganó la batalla cultural y logró imponerse en casi toda la región, con gobiernos que pretenden democracias “normales”, conformadas por individuos obedientes, adaptados a las normas establecidas conservadoras de los privilegios de la élite, y una sociedad carente de política, de pueblo y de líder. El líder de pueblo es una función encarnada en una persona y un nombre propio, que opera manteniendo unido un conjunto heterogéneo, ofrece presencia y es capaz de escuchar la voz del pueblo promoviendo la liberación del pensamiento y la emancipación. Tener un pueblo y un líder implica una desobediencia respecto del poder, una transgresión que no consiste en una violencia fanática sino en un acto de derecho que amplía la democracia. No se trata de los derechos que autoriza la Constitución sino del empoderamiento que surge con la emergencia imprevista de la voluntad popular. La desobediencia del pueblo, en sentido estricto, implica la radicalización de la democracia entendida como soberanía, gobierno del pueblo, y le plantea un problema a la omnipotencia del poder real, hoy las corporaciones.
Un nuevo plan Cóndor es la estrategia adoptada en estos tiempos para aplicar el neoliberalismo en la región: una acción combinada entre los servicios de inteligencia, una parte de la clase política, los medios de comunicación concentrados y el partido judicial a través de la práctica del Lawfare: operaciones de inteligencia llevadas a cabo por una justicia cómplice y medios de comunicación que trabajan en absoluta concordancia para desprestigiar a las construcciones populares y sus líderes.
Se trata de una combinación de acciones aparentemente legales que se realizan bajo un manto de institucionalidad, con una amplia cobertura de prensa para establecer enemigos, presionar a supuestos cómplices y condicionar el sentido común. El argumento manifiesto en todos los casos es la corrupción asociada a la política, que debe ser extirpada del Estado en nombre de la transparencia. El mensaje implícito o latente es que corrupción y política van de la mano. De esta forma se destituyó a Manuel Zelaya en Honduras, a Fernando Lugo en Paraguay, a Dilma Rousseff en Brasil. Se encarceló al vicepresidente de Ecuador Jorge Glass, a Lula da Silva en Brasil, se persigue permanente a la ex presidenta Cristina Kirchner, a Correa, a Milagro Sala, y a centenares de luchadores sociales y sindicales
Lawfare
Lawfare, el uso indebido de los instrumentos jurídicos, es una palabra inglesa que condensa “ley” (law) y “guerra” (warfare) para derrotar gobiernos populares y denostar a sus dirigentes tomados como enemigos: demonizarlos, inhabilitarlos o encarcelarlos. El Lawfare se combina en general con el “forum shopping”, maniobra que realizan algunos abogados, fiscales y jueces a los efectos de escoger un juez de conveniencia en vez del legal sorteo del juzgado. Por ejemplo, a Cristina Kirchner desde el 10 de diciembre de 2.015 le armaron seis causas penales y todas ellas fueron radicadas en Comodoro Py, de las seis, cinco fueron iniciadas e impulsadas por Bonadío.
Asistimos a una manipulación arbitraria de la ley en la que los magistrados equiparan denuncia a condena y encarcelan preventivamente sin pruebas y sin el debido proceso. Los medios de comunicación y el partido judicial realizan combinadamente la conocida y eficaz maniobra de propaganda nazi: instalación del odio al enemigo interno y satisfacción en el castigo y la venganza. Estas operaciones con formato de show televisivo cumplen varios objetivos: debilitar a la oposición, funcionar como cortina de humo, justificar los propios ilícitos proyectando los desmanes en el adversario concebido como enemigo, permitir una catarsis social y disciplinar con el terror. Son acciones violentas no sometidas a la Constitución que se presentan con una fachada republicana.
Se trata de precarios culebrones cuyo tema central siempre es la corrupción del líder del pueblo, los dirigentes sociales, sindicales o ex funcionarios de la oposición. Transcurren con el formato de una serie diaria por capítulos, que se repiten de manera continuada durante toda la programación como noticieros, programas de “debates” y de periodismo supuestamente político. Piaget afirmaba que los niños pequeños poseen una inteligencia concreta incapaz de reversibilidad y abstracción, que se adquieren paulatinamente en un proceso de maduración en el que la inteligencia infantil se va sofisticando y logrando la simbolización. El colonizado presenta un pensamiento altamente sugestionable e infantil, resultándole mucho más creíble la evidencia de la historia de un chofer trasladando valijas que anotaba todo en un cuaderno Gloria que nunca apareció, pero que en su imaginario escolar conoce. Aunque eso no resista el menor análisis lógico-conceptual, es un material concreto que a fuerza de repetición logra imponerse como sentido común. Como sostenía Piaget, es mucho más sencilla la asimilación de algo visible o imaginable y concreto que la abstracción que implica hablar de corrupción financiera, evasión, Panamá Papers, empresas off shore, paraísos fiscales, etc. La subjetividad colonizada ve y escucha en la tele una y otra vez los mismos “debates”, en los que participan jueces, periodistas, expertos y toda clase de opinólogos, cuyos mensajes se repiten hasta llegar a naturalizarse e introyectarse.
A pesar de la precariedad argumental de este nuevo género de “series” televisivas, relatos berretas de pistoleros que acusan y encarcelan sin pruebas, consiguen un altísimo rating y una muy lograda efectividad social. Salvando las distancias estéticas y temporales, podemos establecer una analogía con la tragedia griega por su función moralizante de disciplinamiento y catarsis social.
En ambas hay una fábula, una historia que se cuenta de forma verosímil, lo que no significa que sea verdadera, sino que debe poseer un ordenamiento lógico en términos de causa y efecto. Esto implica que en esta guerra jurídica no tiene ninguna importancia la verdad, sino que se alienta un sistema de declarantes o arrepentidos a los que se premian si articulan mentiras verosímiles cuyos datos son valiosos a los ojos del juez. El arrepentido, delator premiado con la libertad porque sus confesiones pasan a ser las principales pruebas, es el nuevo actor surgido en estas series
El argumento de la tragedia y lo que se busca en éstos realitys es la caída de un personaje importante que se animó a ir contra las leyes divinas o desafiar al poder, de ahí que sean acusados del “hýbris”, la ‘soberbia’ o la ‘malversación’. Un recurso fundamental es el coro, hoy los periodistas de la corporación, cuya función es comentar para “ayudar” a seguir los sucesos y condicionar la reacción del público. En ambos casos el espectador se introduce a través de sus emociones, produciéndose en la tragedia griega la mimesis y en la actualidad la identificación, apuntándose en las dos a provocar una condena social y el disciplinamiento.
La operaciones mediático-judiciales son puestas en escena, simulacros, shows televisivos, un experimento social que se relaciona más con la posverdad que con la política. El objetivo es imponer una narrativa cultural y conseguir la condena social de los “políticos corruptos” de la oposición, para instalar consignas del tipo “son todos iguales” o “que se vayan todos”, que de concretarse representaría el mayor triunfo del poder, pues si no hay política gobiernan las corporaciones.
Al poder se le presenta una paradoja: por un lado precisa demonizar al líder del pueblo, pero por otro, al igual que el personaje central de la tragedia, si lo encarcelan, lo proscriben o lo matan, el lazo tan fuerte que tiene el líder con el pueblo hace que se transforme en héroe.