por Dante Augusto Palma
En política, el uso de las hipérboles es todo un arte que requiere un timing preciso. La hipérbole es una figura retórica que remite a la exageración minimizando o agrandando una cosa, una idea, una noticia. Descartes, por ejemplo, cuando utilizaba como método dudar de todo para llegar al famoso “pienso, luego existo”, utilizaba la duda de manera hiperbólica.
Ahora bien, nadie puede sostener de manera constante un discurso de exageraciones sin deslegitimarse ni perder credibilidad, y quienes son figuras públicas deberían saberlo, especialmente cuando están al frente de sociedades cambiantes y con tantas demandas insatisfechas.
Llamar “héroes” a diputados que votaron lo contrario de lo que habían votado 15 días atrás, es una provocación, una disputa por el sentido y un ejemplo de una larga lista de hipérboles entre las que se encuentra el 17000% de inflación o autopercibirse el máximo representante de las ideas de la libertad a nivel galáctico.
Porque la inflación heredada, sumada a la contenida debajo de la alfombra, era una bomba, pero no era 17000%, y Milei tiene reconocimiento a nivel mundial pero probablemente más como una curiosidad, una extrañeza, un experimento. Es un mérito de él y no le debe nada a nadie. Y es más que suficiente. Por eso no hace falta exagerar. Lo mismo sucede con los diputados. No hacía falta decirles “héroes” habiendo tantos términos para catalogarlos; no hacía falta tampoco un asado celebratorio.
Alguien en el gobierno pareció tomar nota del error y, a duras penas, desde la casa Rosada se apuraron en aclarar que cada comensal pagaba su parte de su bolsillo, lo cual, no deberíamos olvidarlo, es un bolsillo que se conforma con un salario pagado por los contribuyentes. Eso sí: no sabemos quién se encargó de la ensalada y las papas fritas o si algún vegano llegó ya comido desde casa.
Pero posarse en quién paga el asado es una chicana chiquita, un poco de su propia medicina al presidente, que no va al fondo de la cuestión. Más interesante es el eje de la provocación y de la disputa por el sentido. En este último caso, el gobierno intenta relacionar la heroicidad con mantener a raya las cuentas públicas. Es la primera vez que esto sucede, porque Argentina suele reservar el término de héroes a los soldados de Malvinas o a algunos de nuestros próceres, eventualmente, a alguna gesta deportiva. Pero es la primera vez que remite a una operación administrativa. Allí una vez más la hipérbole: Milei tiene razón en defender el superávit fiscal e instalar el valor de ello ha sido su mérito. Pero hacerlo a costa de ajustar a los jubilados es algo que se puede intentar explicar refiriendo a la insostenibilidad del sistema, etc., pero nunca una cosa de “héroes”.
Esto se conecta con la cuestión de la provocación que, y ese sería el aspecto más grave, parece ser solo el síntoma de algo más profundo. Es que hay muchas maneras de recortar a los jubilados. Aquí lo mencionamos la semana pasada: tanto el gobierno de Macri como el de Alberto Fernández le hicieron perder poder adquisitivo. Incluso hasta podríamos decir que el gobierno de CFK vetó la ley del 82% móvil que le había impuesto la oposición para hacerle pagar el costo político al gobierno que se jactaba de haber recompuesto las jubilaciones y ampliar la cobertura. Pero, sea por convicción o por hipocresía, ninguno de los gobiernos mencionados hacía de ese recorte un acto de heroicidad. A lo sumo echaban culpas o pedían disculpas por no encontrar otra salida. Pero todos tenían claro que un recorte no se festeja.
Y ahí aparece aquello que, les decía, está por debajo del síntoma de la provocación. Me refiero a un distanciamiento entre el gobierno y la sociedad. ¿Se trata de una novedad? No. Por sus propias características, nunca se trató de un gobierno o de un líder cercano a la gente más allá de que es absolutamente cierto que a través de Milei se canalizó el sentimiento de hartazgo de la mayoría de los argentinos. Aun así, no dejó de tener bastante de laboratorio todo lo que rodeó a Milei, sumado a esa gran cámara de eco que son las redes, aquellas que, para el gobierno, son el termómetro popular. Agreguemos a esto las características mesiánicas y místicas del propio presidente y nos encontraremos ante un escenario peligroso para la sostenibilidad del gobierno porque lo más probable es que cuanto más grande sea la ruptura con la gente, más ensimismada devenga la administración.
Para finalizar, digamos que el gobierno está aprovechando, o desaprovechando, justamente, los tiempos de la luna de miel con la sociedad. Un tiempo que ha sido particularmente generoso con él y que se explica por el horror de la administración anterior, el factor novedad y su éxito para bajar la inflación. La luna de miel en política es un tiempo en el que los errores parecen no pagarse, pero nunca dura mucho tiempo. Las administraciones, claro está, suelen confundirse y creer que ese estado de cosas acompañará todo el mandato. Pero no es así. Un día se quiebra. A veces es un hecho puntual, como pudo ser la foto de Olivos. A veces es una sucesión de pequeñas cosas que van horadando lentamente. A veces son las dos cosas. Pero un día, las balas que rebotaban empiezan a entrar todas y allí los gobiernos tienen que estar preparados. Podríamos incluso pensar los tiempos administrativos como una carrera alocada por fortalecerse políticamente y demostrar buenas acciones de gobierno, antes que las balas comiencen a entrar. Porque indefectiblemente les sucede a todas las administraciones. Las más exitosas tienen más espalda para soportarlo. Al resto les puede costar caro.
Está a la vista que este es un gobierno débil y que todo el arco político y una mitad de la sociedad está esperando el momento en que empiece a resbalar. Las hipérboles y sobreactuaciones como única respuesta a todo, más que un estilo de gobierno, parecen denotar falta de astucia y, sobre todo, ensimismamiento. El mismo que se observa cuando se le adjudica heroicidad a un recorte en el gasto.
Y algo más: el vaciamiento del sentido de las palabras, también se paga y, en este caso, es acorde a estos tiempos donde nada importa ni dura demasiado. Si héroe es un tipo que vota una cosa y a los 15 días vota otra; si héroe es un tipo que celebra un recorte en el poder adquisitivo de los jubilados y se lleva como premio una palmadita, alguna prebenda y un asado, ser un héroe significa otra cosa o, lo que es peor, ya no significa nada.
No encontré ninguna crónica que lo mencionara, pero hubiera sido justo que el asado no culminara con Panic Show de la Renga y el presidente cantando “Hola a todos, yo soy el león”. Era momento de la otra playlist. Aquella algo más sofisticada que empieza con ese himno de David Bowie cuyo estribillo reza: “Podemos ser héroes, solo por un día”.